La importancia de la salud financiera
El control de las finanzas es un activo primordial, aunque en la mayoría de casos se considera el principal problema de la compañía
¿Es posible generar beneficios sin tener en cuenta la salud financiera de la compañía? La respuesta es sí.
¿Es posible gestionar nuestras finanzas como un activo y sacar el máximo provecho sin tener en cuenta la salud financiera de la compañía? La respuesta es no.
Analizando el ecosistema corporativo, es sorprendente el elevado número de compañías que no tienen un control continuo y estable respecto su salud financiera.
Algunos de los aspectos más relevantes para tener un control adecuado, que además nos ayudan a definirla, son los siguientes:
Viabilidad: Mide la capacidad de generar resultados positivos y de asumir los compromisos de pago existentes o futuros. Este es un aspecto que hay que medir en base a datos y posibilidades reales, puesto que la viabilidad verbal o de pensamiento, no es ni suficiente, ni tampoco útil o adecuada.
Eficiencia: Para sobrevivir hay que tener eficiencia operativa y la forma de medirla (desde un punto de vista económico) es con la ayuda del indicador del margen operativo. Esta métrica indica el porcentaje que supone el beneficio antes de intereses e impuestos (BAII) sobre el total de las ventas. Cuanto mayor sea el margen operativo de la empresa, mejor, puesto que significa que está ganando más por cada euro que consigue con sus ventas. El resultado revela si la gestión de la empresa es correcta y si la compañía será capaz de superar los obstáculos financieros que se encuentre en el camino.
Liquidez: Es indispensable una previsión detallada respeto los cobros y pagos con diferentes escenarios y planes de actuación alternativos por la financiación del circulante. Una premisa relevante en este aspecto es que las empresas nacen y mueren por la caja.
Rentabilidad: Una compañía puede sobrevivir sin ser rentable durante un periodo de tiempo determinado, gracias al soporte de los acreedores y los inversores, pero, a largo plazo, es vital tener rentabilidad. El indicador para medirla es el margen neto, que se corresponde con la relación entre las ganancias y los ingresos totales. Es decir, el beneficio neto dividido por la cifra de negocios. Cuanto mayor es el margen neto, más grande será el margen de seguridad financiera, el que indicará que una empresa se encuentra en una mejor posición para invertir su capital al crecer y expandirse.
Para poder ejecutar el resultado de un buen análisis respeto la salud financiera de nuestra empresa, es indispensable contar con la confianza del entorno a la compañía.
Confianza de los trabajadores, proveedores, asesores, socios… Hay que ser capaces de transmitir, con transparencia y prudencia, de dónde venimos y a donde vamos. Necesitamos de nuestros aliados naturales para construir soluciones válidas.
Para contextualizar y poner algún ejemplo, un error que a menudo se comete es la tentación de retrasar los pagos o, simplemente, no pagar cuando hay tensiones de tesorería. Esta es una práctica que muchas empresas han utilizado y es una opción muy atractiva, pero que puede comportar una ruptura del sistema por el hecho de querer traspasar tu riesgo a otro agente de la cadena.
Es importante priorizar el mantenimiento de la cadena de cobros y pagos. Para cumplir las premisas descritas es necesario seguir un contacto continuo con nuestros bancos de referencia.
Si nos focalizamos en las posibles herramientas de gestión, un aspecto básico y fundamental para muchas compañías es la capacidad de endeudamiento y el techo que pueden llegar a soportar. Es importante que antes de cubrir cualquier pago con un potencial endeudamiento, nos preguntemos por nuestro modelo de negocio y revisemos la visión a medio y largo plazo de la compañía. Preguntarnos si el modelo de negocio sigue siendo válido, si puede absorber el endeudamiento más las pérdidas derivadas de la gestión de los últimos tiempos y durante cuánto tiempos puede hacerlo; son cuestiones necesarias antes de tomar cualquier decisión de esta tipología.
Cómo en todas las temáticas, los factores que no dependen de nosotros son los más difíciles de gestionar y que acostumbran a derivar en los problemas más significativos. Por este hecho, es importante realizar una buena planificación financiera. Pasamos a evaluarla según el momento en el que nos podamos encontrar.
En épocas de crecimiento es necesario tener en cuenta tanto las necesidades financieras para inversiones en activos como en el circulante, que es el dinero que tenemos que tener en circulación para hacer que el negocio funcione. En estos periodos, las necesidades de circulante aumentan y son muy importantes puesto que se tiene que prefinanciar el incremento de compras, stocks, producciones y subcontratos derivados de los incrementos de ventas.
Por otro lado, en épocas de contracción, hay que tener claro cuál es el impacto en la tesorería. La reducción del volumen de negocio implica menores ventas e ingresos, y muchas veces un alargamiento de los plazos de pago de nuestros clientes. Este hecho implica una menor disponibilidad para financiar un negocio que pide mayores plazos de financiación.
Independientemente de la época en la que nos encontramos -volviendo a un concepto destacado anteriormente-, para una empresa viable, siempre hay soluciones si se afrontan los problemas a tiempo. Si, contrariamente, no existe esta viabilidad, o la deuda actual (o futura) no es digerible, es importante afrontar la situación y analizar con temporalidad suficiente otras alternativas más complejas que una refinanciación, que puedan hacer que la empresa sí que sea viable.
Para intentar fomentar el esfuerzo con el fin de conseguir permanentemente la viabilidad, las empresas tienen que decidir cuál es el plan de mantenimiento que quieren seguir.
Existe el Plan de mantenimiento PREVENTIVO y Plan de mantenimiento CORRECTIVO. La principal diferencia entre los dos está en su propia naturaleza. Mientras que el primero se dedica a identificar los problemas de forma anticipada y conservar su estado inicial, el segundo está destinado a resolver un error cuando este ya se ha producido, y después, intentar devolverlo a su estado inicial.
La elección óptima (siempre que sea posible), pasa por escoger un Plan de mantenimiento preventivo. La prevención siempre nos evitará costes y por tanto nos saldrá más “barata” que la corrección.
Para que la situación financiera sea un activo y no una losa, el seguimiento de la tesorería debería ser diario. Como bien decía Albert Einstein: “Tenemos que conocer las normas del juego y después jugar mejor que nadie”.